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Nicolás Medina

25 de Noviembre, 2015

Nuestro Salón Académico de Diseño

El día en que la vida de colegio acaba siempre nos preguntan “¿y usted que pieza estudiar?”, o “¿ya eligió carrera?”. Ese día para muchos es un momento en el que, muchas veces, se elige sin saber o por dar una respuesta rápida, nos vamos con la carrera que más nos guste o la que mejor suene. Pero en la mayoría de los casos esos pregrados no son lo que se espera, o simplemente no son para nosotros, porque en realidad no es lo que pensamos, o puede que aunque nos guste no seamos buenos para eso. Sin embargo, yo creo que cada uno de nosotros nace con unos talentos natos que, cuando aprendemos a explotarlos, no habrá fronteras que nos puedan parar, y es ahí cuando sabemos si tomamos o no una buena decisión.

Cuando esa decisión estuvo en mi horizonte, tome una mala decisión. Tal vez por presión familiar o por distracciones momentáneas. Tarde un año en darme cuenta, pero durante ese año la vida se encargó de darme más pistas para encaminarme a mi verdadero camino: el diseño industrial.

El día que elegí el diseño industrial como estilo de vida me topé la siguiente gran pregunta: ¿en dónde voy a estudiar? Y la única forma que encontré para dar respuesta a esta pregunta fue buscar diseñadores de las universidades donde estaba considerando estudiar.

Hablé con seis egresados de diferentes universidades, y lo más curioso es que los seis me enviaron a la misma universidad, la Universidad El Bosque, donde me presenté. Afortunadamente entré.

Los estudios comenzaron y el sentimiento de familiaridad cada día era más grande, el modelo de educación, la capacidad de los profesores, la selección de los estudiantes, y muchos otros motivos hacían que cada día fuera una motivación más para las clases. Un día escuché sobre un el Salón Académico de Diseño. Me dijeron que era un lugar para mostrar los resultados sobre lo aprendido en todo el semestre, a modo de competencia. Esto se convirtió en una inspiración, en un motivo más para tratar de sobresalir.

Al finalizar el primer semestre me enfrenté por primera vez al SAdD. Fue un preparación ardua, decenas de pruebas, muchas horas pensando, buscando e investigando la mejor manera de lograr el mejor resultado para la muestra. Llegó el día, y los nervios de saber quién sería el ganador del premio se sentía a leguas. Poco a poco comenzaron los protocolos y cada diseñador esperaba que su nombre sonara en los altavoces para subir a tomar su premio, y sentir esa satisfacción de la labor cumplida.

Fue una preparación ardua, decenas de pruebas, muchas horas pensando, buscando e investigando la mejor manera de lograr el mejor resultado para la muestra...

Llamaron y llamaron a cada uno de los ganadores por semestre y mi nombre nunca fue nombrado.

Pero quedó el sentimiento de la labor cumplida y el deseo de iniciar el nuevo semestre para esforzarse más y llegar a ganar en la siguiente ocasión.

Nuestro Salón Académico de Diseño se ha convertido no solo en una muestra de diseño; se convirtió en una motivación para los estudiantes de la facultad, pues cada semestre suma más dificultad, cada vez es más renombrado, cada vez vienen más personas a ver los prototipos, diseños, los productos. Cada vez tiene más nombre y suena más en las redes sociales, y hasta en los medios de comunicación. Esto hace que cada semestre sea un esfuerzo más grande, una hora más de desvelo, cientos de pruebas más para darse cuenta que el resultado final es cada vez mejor y con cada esfuerzo nos volvemos mejores diseñadores.